Una moneda, un pan...

Trato de hacer memoria y recuerdo que transitaba por Av. Libertad, sin nada más en la mente que mis propios pensamientos. Avanzaba a paso firme y con la mirada fija e incorruptible hacia el frente, como si por ese instante, tan solo aquel instante, me hubiera tornado en un corcel de carrera cuyo único propósito fuese cruzar la tan ansiada meta. Pues por ese momento, el mundo giraba en torno a mí.

Caminé furiosa y despreocupadamente por algunos minutos antes de ser interrumpido. Una silueta familiar despertó mi atención, acompañada de un sonido clásico, alegre y parafernálico, expulsándome raudamente del temporal trance personal en que me encontraba absorto. El culpable, un tradicional vendedor ambulante, sí de aquellos… un “Chocopandero”: “Mijo’! ¿se va a comprarse un laito’?… Gambeli noma’!”.

Casi por inercia, revisé mi bolsillo en busca del tan codiciado cobre sin obtener éxito alguno en al menos 2 de los primeros intentos. “Uno, dos, tres, bah!... ¡por fin!”
No se si habrá sido por causa del apetito monumental que invadía mis entrañas, pero jamás antes había probado tan delicioso manjar como aquel que ante mis ojos se encontraba. El chocolate no esperaba tiempo alguno para comenzar la siempre molesta labor de escurrirse por las manos mientras yo seguía disfrutando de la dulce y fría mezcla de crema y cacao en mi paladar.

No fueron más de 6 pasos los que habré dado cuando una nueva voz interrumpe mi camino. Esta vez el sonido no era alegre, era tenue y deprimente, no había una silueta reconocible, sino que solo se divisaba un tumulto de frazadas, chalecos y otras prendas apelotonadas en un rincón de la calle. “joven” dijo con voz rasposa: “Joven, no tendrá alguna monei’ta pa’ comprar un pancito”.

Para comprar un pancito… y yo tomando helado। No puedo describir con palabras el sentimiento de culpa que me embargó en ese segundo, pero quienes lo hayan sentido lo describirían como una sensación parecida a cuando pequeños ocultábamos de nuestros padres algo y luego éramos descubiertos in fraganti.

“Sí, ¿como no?” Respondí. Revisaba nuevamente mis bolsillos mientras aquella triste figura me observaba con exaltación y ansiedad. Al igual que la primera vez, no logré mi objetivo en ninguno de mis primeros intentos. “un, dos, tres, cuatro… nada”. ¡¿Nada?! Mis bolsillos se encontraban total y absolutamente vacíos. Solo se encontraban en ellos la tarjeta del metro y la cédula de identidad. Pensé entonces, Cómo le voy a explicar que por causa de mi apetito injustificado (pues cazuelas no me faltan) no disfrutaría del tan codiciado alimento.

Casi con vergüenza, temor y aún con el choco panda en la mano me acerque y aduje: “Lo siento tío, no tengo nada”. A lo que él con una amable sonrisa en su rostro de calle respondió: “No se preocupe joven. Que Dios lo bendiga”.

¿Qué dios me bendiga?... ¿Que hice yo para merecer su bendición?, ¿Desde cuando es cierto eso de que la intención es lo que cuenta? No encontré ninguna de estas respuestas en el momento, así que simplemente seguí mi camino.

Me detuve entonces un momento para observar si alguien se compadecía y ayudaba al amable individuo, bautizado como “tío”, a satisfacer su hambre.

Primero pasó una señora... A primera vista parecía de la alta sociedad, la típica cuica de alcurnia que solo mira del bolsillo hacia arriba. La susodicha hizo caso omiso al llamado del necesitado y siguió con su camino con la frente en alto y cartera en mano. Un segundo sujeto lo miró con cara de bicho raro y sin decir una sola palabra (ni detenerse) le dio a entender que no poseía dinero. Pasó entonces otro muchacho, como de mi edad, parecia una persona amable. Vestía jeans, chaleco y poseía una mirada condescendiente, lamentablemente lo único que hizo fue agredir verbalmente al sujeto que tan amablemente me había dado su bendición hace tan solo unos minutos. Otros, la mayoría, esquivaban la vista como si lo pobre fuera contagioso.

Entonces lo comprendí…

Nos jactamos de ser solidarios y de dar hasta que duela. Los jaguares de la solidaridad escuché por algún canal de TV. Ojalá y fuera cierto. Ojalá que así fuese. Pues nuestros actos revelan que esto ocurre solo si nos encontramos en una situación en que recibamos algo a cambio u obtengamos algún reconocimiento. ¿Es que acaso la única época en que donamos dinero es en la Teletón?

Puede ser que esta hipótesis indigne y hasta escandilice a aquellos más sensibles y orgullosos. Es una lástima que sea cierto...
Avanzamos por la vida preocupados de nosotros mismos, ensimismados en nuestros propios problemas, en nuestro trabajo, en nuestros hijos, en nuestros padres, en la semana, en las cuentas, en la luz, en el agua, en el nuevo DVD que "tenemos" que adquirir a toda costa, en el carrete del fin de semana, en que no podemos pasar 10 minutos sin prender un cigarrillo, etc. Tanto es así, que olvidamos que existe gente con mayores, mucho mayores problemas que nosotros, y que penosamente, no solo son excluidos de una sociedad majadera, cruel y descorazonada, sino que tambien los estereotipamos como alcoholicos, vagos y hasta delincuentes. Sufriendo de una discriminación que termina por transformarse en una piedra demasiado difícil de acarrear. Sin siquiera otorgarles una oportunidad.

Lamentablemente esto refleja el doble estándar del chileno, el ser ambidiestro, o como lo describiría la Toto Romero en su libro “Con el voto a 2 manos”. ¿O será que la gente se está tomando demasiado en serio esto del Bachelletismo-Aliancista? lo que vendría siendo como ser colocolino-chuncho, o un pokemon-pelolais en un lenguaje más juvenil. ¿Que pasó con las enseñanzas que desde pequeños nos inculcaron?

"Debemos Ayudar al prójimo cuando lo necesite". Esta es una de las frases que más recuerdo de mis clases de catecismo cuando pequeño. En otras religiones es pecado negar un plato de comida al hambriento, pero… ¿No se supone que somos un país cristiano? ¿que pasó entonces con el padre Hurtado? Perdón, El santo padre hurtado.
Ni siquiera podemos echarle la culpa a las nuevas modas y tendencias como si eliminarán los valores y nos motivaran al consumismo desenfrenado y objetivos materiales, pues cito a continuación a un famosísimo y popular cantante del ritmo de moda:

Hermano, usted que dice ser cristiano
Cuando vez un vagabundo por que no le das la mano
Le dices de lejitos "Dios te bendiga!"
Pero no sacas ni un pesito pa' llenarle la barriga
Mira, te están mirando desde arriba
El evangelio no se trata de gastar saliva
Si quieres que te escuche, tienes que darle vida
Y darle un buen abrazo aunque este muriendo de SIDA

Ni siquiera es por falta de información. Pues según estudios los pobres e indigentes, hasta el 2003, eran el 23,5 por ciento de la población chilena.
Entonces... Quizás la raíz se encuentre en la matriz neta del país. Veamos:
Según el gobierno un hogar pobre, es aquel donde los ingresos por persona son inferiores a los 43 mil 712 pesos en la zonas urbanas y 29 mil 473 en las zonas rurales.
En los hogares indigentes, mientras tanto, las cifras por personas no deben superar los 21 mil 856 y 16 mil 842 pesos respectivamente

Pero entonces… ¿Qué sucede con aquellos que no tienen un “hogar”?, ¿Dónde clasifican? ¿Qué podemos hacer por ellos a nivel de comunidad?

Muchas personas creen que la mejor forma de ayudarlos es capacitarlos para el mundo laboral, pero se olvidan del alimento de hoy y del abrigo de mañana, pues no basta con bañarlos, peinarlos y mandarlos a la jungla, necesitan un refugio, de una mano amiga y una sonrisa amable aunque esta ocurra en la forma de una moneda.

Es una trizteza, pero la verdad es que este sector se ha transformado en nuestro vergonzoso secreto, aquel que no queremos mostrar y que simplemente metemos bajo la cama, cerramos los ojos, subimos el volumen a la radio y esperamos que desaparezca por arte de magia.

La próxima vez... Simplemente abramos nuestros corazones y entreguemos un cobre, pues será mucho más valorado por ellos que por nosotros.